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martes, 18 de febrero de 2014

EN ESTE PAIS.- Cobijados bajo el progreso: “Yo solo estoy esperando la muerte”

Yo lo que estoy es esperando la muerte, porque si uno no puede trabajar y no tiene plan de hacer una casa nunca no puede esperar un milagro”
 Cobijados bajo el progreso: “Yo solo estoy esperando la muerte”
Mirada perdida, escoba en manos, dice dominar 4 idiomas y haber viajado en varias ocasiones, conoce muy bien de la vida de aquellos que como ella “habitan” bajo el progreso en concreto.

Doña Victoria de los Santos tiene 65 años y un aspecto abandonado, cuida de una decenas de perros, algunos ya muertos entre la basura que ella misma acumula debajo del elevado de la avenida Máximo Gómez con Nicolás de Ovando.

Con voz fuerte y altiva declama claramente el discurso emitido por el ex presidente Joaquín Balaguer para las elecciones del año 1996, en la cual ella presidía una de las mesas electorales y era una fiel seguidora del Partido Reformista Social Cristiano.

“Y manifestó: Compatriotas los insto a venir a votar el 16 de mayo por el doctor Leonel Fernández como próximo presidente de la nación. Los Americanos de entrometidos querían quitarlo al doctor Balaguer del poder en 1994 para ponerle en el 96”…

De inmediato da unos pasos hacia la izquierda, pide que no le enfoquen su hogar porque luego se lo “destruye” el ayuntamiento, mientras saluda a quienes les pasan por el lado pero lo hace en francés.
El contraste es notable, bajo el concreto y frente a la parada Los Taínos del Metro de Santo Domingo, el progreso de la era peledeista, viven unas 30 personas entre cajas que simulan ser “casas”, con mantos, almohadas para dormir y un visible deterioro físico.
“15 años tengo yo rondando desde la zona de la Manisera y desde que hicieron este elevado me vine para acá…yo instruyo a los jóvenes que viven aquí”, señala de inmediato a José Luís, lo manda a callar y le explica que es con ella que están hablando.

José Luís Hernández, dice tener 18 años de edad aunque no lo parezca, llegó al segundo curso de primaria. Explica que consume estupefacientes, su madre es muy pobre y él prefiere estar debajo del elevado porque se siente libre de poder hacer lo que quiera.

“A la mamá mía yo muchas veces me le escondo cuando ella viene a buscarme, que hasta con policías ha venido…pero, yo no quiero volver porque yo tengo que estar suelto, vivo rulay”, dice con una sonrisa muy escueta.

Amigablemente nos lleva a donde hay otros echados en los cajones y que no quieren conversar. “No, no quiero que me enfoquen”.
“Aquí no nos mojamos, no nos da el sol y esto es seguro”, dice.

Cruza un vehículo y le lanza unos pesos a Pedro Reyes, quien está al frente de José Luís, resalta que solo está esperando la muerte porque si no puede trabajar no cree ocurran milagros.

Es “mocho”, como él se define, hace 5 años tuvo un accidente al salir de su trabajo de albañilería y los médicos decidieron cortarle la pierna derecha debido al estado en que se encontraba.

“A veces me dan comida la gente que cruza y a veces no me dan nada, ni me dan dinero para comprarla”.

Apunta sabe hacer muchas cosas desde albañilería e incluso panadería, todo el tiempo ha vivido y trabajado en la zona. Era un hombre productivo hasta que le ocurrió el accidente que lo dejó pidiendo en las calles.

Se sienta en la parada del Metro de la Ovando, junto a sus dos muletas levanta la mano y pide ayuda; sus padres murieron y no tiene hijos. Con apenas 46 años de edad no espera nada más de la vida.

“La mamá mía murió y mi papá que esa es la única familia que uno tiene”, indica con la tristeza reflejada en su rostro barbudo y oscuro.

Sin embargo, no solo en el elevado de la Avenida Nicolás de Ovando habitan dominicanos excluidos de la modernidad. En el último elevado de la Avenida John F. Kennedy con botella en mano y en defensa de los suyos un hombre sin identificar ataca a quienes se le acercan.

“Ustedes no se van a hacer ricos con nosotros”, vocifera.

A su lado acostado en un colchón, un anciano claramente demacrado se tapa el rostro al mismo tiempo que tiembla de frio o porque padece alguna enfermedad, aunque no nos quiere decir.

Entre rejas, rodeada de “cachivaches” y su perrito al lado, duerme plácidamente Wanda. Tiene 28 años, habla con dificultad y se inclina hacia un lado al caminar.

“Yo tengo mi novio, él es metalero y los dos vivimos aquí”, señala su rinconcito debajo del elevado de la Avenida 27 de Febrero, exactamente al frente del edificio de la Cámara de Cuentas de la República.

Mientras Wanda habla, llega Altagracia Liriano Féliz a quien le falta una pierna y anda con muletas.

Vocifera que lo que ella no consigue en la Duarte y lo lava, no lo usa. “Aquí nadie come mierda ni tira piedra…yo uso mi cardero y hago mi comida”.
Afirma que no usa drogas, sí es alcohólica, fuma cigarros y toma clerén con regularidad porque es lo que le sale más barato.

Exige que antes de hacerla pasar vergüenza, mejor le busquen un trabajo ya que está cansada de pedir y de vivir como hasta ahora.

Entonces, Gerónimo Tejada la calma y comenta que ella vivía en una pieza de uno de sus apartamentos, que es una mujer buena y que ha pasado muchas miserias.

Gerónimo también vive en la calle y duerme junto a Altagracia, no explica cómo llegó hasta allí solo que tiene mucho tiempo en esa condición.

Aunque asevera tener 68 años, su semblante lo hace lucir más viejo. Tiene 3 hijas todas profesionales y “malas”, según nos revela.

“Ellas tienen dinero, una es ingeniera en Sistema…son malísimas”, exterioriza.

Recoge botellas y plástico desde tempranas horas en la mañana, las cuales luego vende para poder comer.
Al caer la noche, la zona se hace oscura y otros comienzan a llegar. Hombres, mujeres y jóvenes buscan su lugar.

José Molina, chofer de la ruta Duarte-Luperón, se acerca y revela que ha contado unas 78 personas que moran desde la calle Josefa Brea hasta la Leopoldo Navarro.

Aunque parte del elevado está cerrado con mayas ciclónicas, supuestamente para impedir la entrada, gran parte de esta se encuentra destruida.

En la parte más ancha, Rodrigo (nombre ficticio) señala tener 16 años de edad y vivir en la calle desde los 5 porque su mamá lo botó luego de que su padre se fuera al extranjero y no regresara más.

Al hablar se contradice en su historia, asegura que no consume ningún tipo de droga ni roba, pero a veces necesita y se lleva cosas de las casas. Luego lo niega.

Con una seguridad que lo hace ver sereno y coherente, expresa que nadie lo quiere en su hogar, que su abuelo lo maltrata y que su padrastro lo ha intentado matar, aunque antes se refirió a ellos como que no los conocía.

Viste bien y está limpio, cuida a los ancianos que allí residente todas las noches. Se define como “el sereno”.
“A veces aparecen muchos hombres disque “ve cómprame esto allí… ven a buscar una droga” y yo sólo decía que sólo quería mi cigarrillo”, relata el adolescente.

Ha estado en Hogares Crea y en albergues infantiles, pero se ha escapado varias veces porque supuestamente lo maltratan.

Con pesadumbre  cuenta que no ha comida desde el día antes y tiene hambre.

“Ahora yo voy a agarrar a dar muchas vueltas por ahí, y si consigo 20 o 25 pesos agarro y me como mi pica pollo tranquilo, me siento allí y después me acuesto una o dos horas, hasta que me levante horita”.

Nos muestra a varios ancianos que “viven bajo su protección”, uno de ellos testifica ser hijo del ex presidente Joaquín Balaguer y que pronto vivirá en la casa ubicada en la Avenida Máximo Gómez porque “los americanos lo tienen todo listo”.

En la Ovando, rodeando un fogón improvisado están Aníbal y su amigo. Calientan un arroz con pollo, que el hombre al que le transporta unos plátanos del Mercado Nuevo hasta el sector Guaricano, les regaló.

El pasado mes de enero cumplió 25 años, lleva dos viviendo bajo el elevado. Consume Crack, pero tiene dos días sóbrio.

Cada día necesita 100 o 150 pesos para comprar la droga.

“El crack es un pedacito de piedra y lo ligan con cigarro, con yerba o lo pipean y yo lo consumo con yerba”, refiere.

“Si probaste, te jodiste”, profiere Aníbal.

Ya lleva tres años sin ver a su madre porque dice le da vergüenza que lo vea así, una persona totalmente diferente.

Narra que hace poco un indigente murió acostado allí mismo sin recibir ayuda, como muchos otros. “Si ven a un pobre infeliz durmiendo bajo un elevado es porque no tienen a dónde dormir”.

¿Qué hacen por ellos?
Elvín Reynoso, encargado del departamento de Defensoría del Espacio Público del Ayuntamiento del Distrito Nacional, entiende que la respuesta positiva de los elevados trajo consigo que esas personas que se escondían en la periferia de los arrecifes del Malecón, encontraran lugares más adecuados y seguros aunque arrabalizan la zona.

Sin embargo, la institución no se encarga de la reubicación de estas personas que al verse desprovisto de las cosas que han adquirido se vuelven agresivos y sufren más.Puntualiza que con frecuencia le retiran las casuchas que preparan con cartones y plásticos, resto de lonas, algunas colchonetas viejas que algunas personas le regalan.

“No tenemos la posibilidad de reubicarlo en otro sitio, lamentablemente...si hubiese la posibilidad para uno reubicarlo en un lugar adecuado donde puedan ser tratada su condición en su mayoría enajenados mentales fuera excelente”, admite Reynoso.

Tras estos operativos los dominicanos alejados del progreso siguen  deambulando en otros lugares, donde también convirtiéndose en un círculo vicioso que termina en el mismo punto.

Atención y curación
Cientos de veces uno que otro samaritano traslada moribundo a uno de estos indigentes, pero en casi todas las ocasiones no son recibidos en los hospitales por su mal aspecto y olor.

“Muchos de ellos se enferman tirados en las calles y nadie los socorre”, alega el doctor Félix Antonio Cruz Jiminián quien recibe cada día decenas de desamparados en muy mal estado de salud en su clínica.

En emergencia, nos señala a un hombre que no habla, tiembla y mueve los labios rápidamente, no tiene dentaduras, luce muy demacrado. Había llegado en ese momento porque una persona lo vio en una acera de una de las calles céntricas del Distrito Nacional y lo recogió.

“La clínica vive llena y tu siempre vas a encontrar 20 o 30 indigentes en formas extremas, pies podridos y llenos de gusanos”, establece con euforia.

Comenta que siempre ha criticado instituciones sociales como los Comedores Económicos del Estado, que deberían  hacer un plan y llevar la comida a esa gente que no tiene que comer.

“Si tu recorres la capital dominicana, cada dos o tres esquinas tu encuentras un indigente...pero los que están en las casas que nadie los ve, son casos devastadores”, establece sosegado.

Dice que su vocación no lo deja ser indiferente, hasta el punto de que preparó un salón exclusivo para el aseo y curación de estos.
Los indigentes que “habitan” debajo de los elevados, son abandonados a su suerte y forman parte de la extrema.-
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
fuente: acento.com

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